sábado, 16 de noviembre de 2013

Los años de la cartilla y los minchos

Mi madre vio acabar la guerra siendo una niña de siete años. Fue un momento esperado por la paz que trajo en un país devastado, hambriendo y sometido al nacional catolicismo. A los ojos de un niño todo era normalidad pero se intuye entre letras la vida en la estrechez y las enfermedades de la posguerra en un mundo que seguía sin encontrar la paz.

Otra cosa que me viene a la memoria es que cuando terminó la guerra fuimos a esperar no se qué, pero el caso es que pasaban muchos soldados y moros. No daban nada y la gente se cansaba de esperar. Me parece que daban los moros regaliz.

Paso ahora al día que se terminó la guerra y mi tío Antonio puso la radio a toda voz y se oía la canción del "Cara al Sol" y "El día que venga el Rey de España a Madrid". Surgieron los falangistas y allí bajo de "El Prado" se concentraban todos los domingos formando filas con sus camisas azules y las boinas rojas. Mi hermano Joaquín, que entonces tendría tres o cuatro años quería ser falangista o por lo menos le gustaba hacer la instrucción. Mi tía Carmen, que lo quería mucho, mejor dicho nos quería a todos, le compró un correaje y una boina. Mi mamá le hizo la camisa y los pantalones negros y así vestía de falangista.

Mi familia no se decantó claramente por la política en uno u otro bando. Así como mi abuelo paterno fue perseguido por requeté en tiempo de guerra a mi abuelo materno no le pasó nada, tal vez por ser afiliado a la UGT y republicano. Mi madre me contaba que mi abuelo no era católico de ir a misa y que con fastidio aceptaba tener que salir del bar, mientras jugaban a las cartas, para rendir pleitesía a cualqueir procesión religiosa.

En la época después de la guerra aún estuvimos viviendo en casa de mis abuelos y luego compramos (con el dinero de la herencia) una casa que es la que está ahora la gestoría en la calle Alfaro.

El tiempo pisa incluso este diario y, jubilado mi tío Salvador, la casa está vacía y la gestoría Polop ya no existe.

Siguiendo con lo del colegio recuerdo que al principio, cuando empecé a ir a Carmelitas, aún vivía en casa de mis abuelos y me iba con mi prima Vicenta, la de mi tío Antonio, y sus amigas. Vivía en el piso de arriba. Se murió cuando aún tenía catorce años de meningitis.

Recuerdo que al colegio siempre me ha gustado mucho ir y aprendí muy pronto a leer y la Hermana estaba muy contenta de mí. Se llamaba Modesta. Luego ya pasé a la clase de arriba que iban ya las más mayores. Siempre me ha gustado ser muy puntural y me gustaba mucho ser la primera y así ponía la bandera en el balcón del colegio. Luego bajaba y el en patio estaban todas las alumnas del colegio y cantábamos con el brazo en alto el Himno Nacional.

Recordar los años del colegio, los profesores que quisimos y nos quisieron es un recuerdo de los más hermosos de una vida. Mi madre jamás perdió ese amor por la lectura pero no tuvo la oportunidad de haber estudiado más allá que la educación básica que se entendía necesaria para las mujeres en aquellos años.

En el mes de Mayo íbamos todos los días a misa las que queríamos. A mí me gustaba mucho ir porque todo olía muy bien cuando pasábamos por el patio y era miy bonito como es siempre en el mes de mayo. Luego almorzábamos en el patio porque en aquel entonces para poder comulgar tenías que estar en ayunas y si no era pecado. Mi mamá me ponía un "minchol" (mincho) una especie de panecillo de harina de maíz que cuando estaba recién salido del horno se poidía comer, pero una vez pasaban unas horas ya no valía nada le pusieras lo que le pusieras dentro. También me llevaba un poco de pan de harina de trigo.

Por años todo estaba racionado y tenías que hacer cola para sacar las cosas ( Por eso cuando voy ahora a por el pan no me gusta tener que esperar en recuerdo de aquellas colas). Te daban por cada familia una libreta de racionamiento y bien te lo cuñaban, te lo agujereaban o te hacían una cruz. Una vez me acuerdo que mi mamá me mandó a sacar chocolate y yo iba tan contenta que íba dándole vueltas al capazo sin acordarme que dentro llevaba la libreta de racionamiento. Claro, la perdí y mi mamá tuvo que ir al Ayuntamiento y le hicieron otra. Al poco apareció la otra y teníamos dos. Claro que las libretas se llenaban pronto y te las renovaban.

La cantinela  de los niños de mi generación era. No te dejes nada, si hubieras pasado hambre después de la guerra verías. Entiendo que la obsesión de aquella generación era la comida asociada a miedo por si se perdía y acumulación de recursos para saltarse la escasez.



Mi hermanos y yo comulgamos juntos los dos y mi mamá, para poder hacer chocolate, estuvo algún tiempo guardándolo para poder celebrar el día con un buen convite y dulces. Comulgamos el día de la Virgen de los Desamparados en la Iglesia de Santa Clara en una misa que celebraron sólo para nosotros. Recuerdo que comulgamos los cuatro, mis papás y nosotros dos, y arriba del altar estaban los reclinatorios. Fue una ceremonia muy bonita. Yo llevaba un traje blando corto de una tela muy suave que daba gusto tocarla. También llevaba sombrero en vez de velo y mi hermano un traje con pantalón corto de color gris.


viernes, 15 de noviembre de 2013

La guerra en Gandía


Ahora me vieje a la memoria las primeras veces que fui al colegio. Era en los tiempos de la guerra y yo me iba con mi prima Paquita al colegio de lo que llamábamos "nacionales". En esa época no habían otros. Se llamaba San Francisco de Borja. Me acuerdo que una vez de repente a media clase por la mañana empezó a sonar la sirena y todos los niños y las niñas íbamos corriendo. Uno se metían debajo de las escaleras, otros echaban a correr. Mi prima y yo salimos corriendo a la calle pues el colegio estaba muy cerca de casa de mis abuelos y mi mamá ya venía corriendo a recogernos.

Me sorprende esa naturalidad aséptica del relato. En la infancia los recuerdos son vívidos, pero la capacidad de análisis y lógica del adulto es menor. El miedo en los niños es temporal. La angustia vital de mi abuela viendo en peligro a sus niños debió ser tremenda. Me imagino un pasillo con grandes ventanales y suelo en dámero, unos niños corriendo a cámara lenta y el encuentro desesperado en la calle, todo ello bajo el ulular terrible de la sirena y el rumor lejano de las explosiones en el puerto de Gandía.

Otras veces estábamos en casa jugando y sonaba la sirena y nos íbamos mi mamá, mis hermanos y yo al refugio. En el tiempo de la guerra estuvimos viviendo con mis abuelos que tenían casa en "El Prado" (el mercado central de frutas y verduras) y al final de la guerra en la Alquerieta de Martorell en casa de mi tía Carmen. Mi casa estaba en la "Tasa" y había una gasolinera y decían que allí era muy fácil que tiraran bombas porque en la calle Alfaro, donde luego vivíamos, tiraron algunas y hubo un muerto y a otro le cortaron un brazo por la metralla. Al colegio ya no volví más hasta que terminó la guerra.

Recuerdo, también, que algunas noches, a medianoche, nos despertaban mis papás para irnos a la Alquerieta pues el regugio no les parecía seguro. Yo recuerdo que me despertaba temblando de frío y miedo. Volviendo al tema de los refugios, me acuerdo que se comunicaban las cuatro entradas por debajo tierra. Era una cosa muy rara estar allí bajo oliendo a tierra húmeda y todo a oscuras. Aunque había algunas bombillas, a veces, al pasar la aviación o no se qué, se quedaba todo a oscuras. Mi abuelo, el padre de mi mamá, aunque sonaba la sirena (que estaba instalada arriba del campanario de la Iglesia de San José) y toda la gente corría a esconderse mi abuelo seguría sentado sin moverse allí bajo los tejados de "El Prado".

Desde que conozco la historia de mi abuelo lo admiro por esa entereza ante la muerte. Sabiendo cercano su momento, unos años más o menos, hacía frente con gallardía en la plaza. Morir finalmente enterrado en la humeda oscuridad de un refugio era finalmente una muerte indigna y sofocante. Las guerras tienen eso, ponen en evidencia la fragilidad de la vida y nuestra postura vital ante el fin.

Lo de los refugios, ahora lo pienso, era cosa de risa. Recuerdo que en la casita de los suegros de mi tía María había uno que, aquello, no servía para nada. Estaba hecho como en un hoyo y luego por encima hacía como una especie de cueva cubierto con latas y maderas.

En el tiempo que estuvimos en la Alquerieta lo pasábamos muy bien. Estábamos en una casa de mi tía Carmen y mi tía Vicenta y el resto de la familia vivíamos más abajo, donde estaba la finca que mi tío Pepe llevaba y cuidaba para unos señores de Madrid. En la época de la guerra estaban la mayoría de los campos y las fincas grandes abandonadas y recuerdo que allí había un letrero que decía "Requisado por la CNT" o otros nombres.



Cuando pasaba la "Pava" (el nombre que se les daba a los hidroaviones italianos que castigaron mayoritariamente el puerto y ocasionalmente el casco urbano de Gandía)  era como una avioneta y volaba a ras de tierra y entonces nos escondíamos bajo los árboles. Una vez a mi hermano Salva le picó una hormiga y, el pobre, del susto ni se movía. Nos hacían poner un bastoncito en la boca por si había alguna explosión para que no nos hicieran daño los oídos.Me acuerdo que mi hermano Joaquín, era muy pequeño (él nació en el 36) y mi mamá le daba el pecho. Le salieron unos granos y dijeron que era del susto.

Por la noche muchos vecinos de la "Alquerieta" se venían a casa de mis tíos a oír la radio que mi papá se llevó de casa y todas las noticias que daban era que avanzaban los nacionales y que la guerra pronto terminaría.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Los viajes a Játiva I

Hace 27 años le pedí a mi madre que escribiera sus recuerdos para mí en una libreta de tapas magenta. Mi madre era una persona con cultura básica, primaria y corte y confección, pero gran amor por la lectura. Le gustaba escribir y con ello no digo exactamente hacer literatura sino disfrutar de la caligrafía. El diario fue empezado con entusiasmo y como en el relato "Flores para Algernon" fue el testido de su vida y de su deterioro físico.

Este verano me siento con fuerzas para recordarla aunque el vacío me sigue doliendo. En este blog voy a intentar recuperar su memoria, como persona y sus pensamientos y recuerdos que fueron disolviéndose en ese mar cruel que es la vejez.

El diario empieza con una dedicatoria con mi letra y mi firma.

"Espero que lo utilices. ¡¡Seguro que cuando lo tengas lleno habrás recordado muchas cosas!! (Firmado por Jorge García Polop)

Empieza en diario con una caligrafía pulcra que sigue las líneas. Respeto, siempre que no se pierde el ritmo, la forma de escribir de mi madre.

Aquí estoy yo, Amparo o Amparín para los más íntimos. Voy a cumplir dentro de un mes cincuenta y cinco años y mi hijo Jorge me ha animado a que escriba todo lo que me vaya acordando de mis años pasados.



Empezaré por escribir mis viajes a Játiva. Cuando venía la feria por Agosto nos íbamos mis papás y hermanos a pasar unos días en casa de mi abuelo, que vivía junto con mi tía Dolores y mi tío Ramón. Unos días antes de irnos ya empezábamos a contar los días que faltaban y por fin llegaba el día y cogíamos el autobús que se llamaba "La Paloma". Era la época de despues de la guerra y no habia gasolina. Tenían que circular con gasógeno, una especie de depósito que iba en la parte de atrás del autobús y que le echaban leña o no se qué. El caso es que el autobús iba lleno hasta los topes porque la feria de Játiva siempre ha tenido mucha fama en toda la provincia. Al autobús le venía muy cuesta arriba subir el puerto de Simat.

En fin, que una vez que llegábamos a Játiva mis hermanos Salva, Joaquí y yo, ya veíamos a mi abuelo junto con otras personas mayores sentado en un banco de la Alameda donde ya se iba instalando la feria. (En esa época no había nacido mi hermana Mari Carmen). Junto con mi abuelo nos íbamos a su casa que estaba en un sitio bastante alto de la ciudad. Antes entrábamos en casa de mi prima Nieves que tenía una hija de mi edad y un hijo de la de mi hermano Joaquín. El marido de mi prima se llamaba Aníbal y a nosotros nos hacía mucha gracia ese nombre por lo de la historia. Era de oficio carrocero y tenía mucha habilidad para toda clase de trabajos. Le hizo a su hijo un coche muy bonito al cual, incluso, se le abrían las puertas, te podías meter dentro y, con pedales ponerlo en marcha. 

Lo pasábamos muy bien en casa de mi prima. Tenía una casa muy grande con un patio también con árboles y un lavadero de donde el agua salía constantemente. En Játiva había muchas casas que tenían el agua que les llegaba de no se qué forma pero siempre estaba saliendo. En cambio muchas otras no tenían agua corriente y entonces se tenía que ir con cántaros y botijos a llevar el agua a casa para todos los usos. Las mujeres lavaban la ropa en un lavadero público que estaba al final de la Alameda.

En fin, que para todos nosotros era una gran fiesta el ir a Játiva por la feria y, aunque supongo que aún había escasez de algunas cosas, en casa de mi abuelo tenían trigo y gallinas que ponían unos huevos muy buenos que nos comíamos recien puesto.El pan lo amasaba mi tía Doloretes y estaba muy bueno. También recuerdo que hacía arroz al horno y a mí me sabía muy bueno, pues yo no se si sería por la leña del horno que era de pino y otras plantas de la montaña, el caso es que en el horno olía muy bien. Yo no se si eso influiría para que el arroz me supiera así.

La libreta muestra un cambio en la letra. Ahora es algo más pequeña y este signo da comienzo a otro momento en la redacción de las memorias.

Que yo recuerde estuve durante bastantes años más  yendo a la feria. Luego murió mi abuelo y seguimos haciendo los viajes a Játiva hasta que ya se murió mi papá y no fui más. La verdad es que siempre me ha gustado mucho ese pueblo. Lo recuerdo con mucha nostalgia y fui muy feliz.